domingo, 28 de diciembre de 2025

📖 Romanos 10:8–13 La Palabra de Fe que Salva

 La fe que se confiesa y la salvación que se recibe

Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. 10 Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confía para salvación. 11 Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado.  12 Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; 13 porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.

El apóstol Pablo, en Romanos 10:8–13, nos presenta una de las verdades más claras, profundas y liberadoras del Evangelio: la salvación no es un privilegio reservado para unos pocos, ni el resultado de esfuerzos humanos, sino un regalo accesible a todo aquel que cree y confiesa a Jesucristo como Señor.

Pablo afirma que “la palabra está cerca de ti, en tu boca y en tu corazón”. Esta declaración desmonta la idea de que Dios es distante o inaccesible. La salvación no requiere hazañas extraordinarias, rituales complejos o méritos acumulados; comienza en el corazón y se expresa con la boca. La fe verdadera no es solo una convicción interna, sino una confesión pública que transforma la vida.

Creer en el corazón que Dios levantó a Jesús de entre los muertos implica aceptar no solo un hecho histórico, sino una realidad espiritual que redefine nuestra existencia. La resurrección es la confirmación del poder de Dios sobre el pecado y la muerte, y creer en ella es confiar plenamente en que Cristo es suficiente para nuestra redención.

Pablo también establece una relación inseparable entre fe y confesión: con el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa para salvación. Esto nos enseña que la fe genuina no se esconde ni se limita a lo privado; se manifiesta en palabras, decisiones y una vida alineada con el señorío de Cristo. Confesar que “Jesús es el Señor” significa reconocer su autoridad total sobre nuestra vida, pensamientos, acciones y futuro.

Uno de los mensajes más poderosos de este pasaje es su carácter inclusivo: “No hay diferencia entre judío y griego”. La salvación rompe barreras étnicas, sociales y culturales. Todos somos iguales delante de Dios y todos tenemos el mismo acceso a Su gracia. El Señor es rico en misericordia para todos los que le invocan, sin distinción.

El pasaje culmina con una promesa firme y esperanzadora: “Todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo”. No hay condiciones ocultas, ni excepciones. Esta afirmación es un ancla para el alma cansada, el corazón quebrantado y la persona que busca sentido y perdón. Invocar al Señor no es un acto mecánico, sino un clamor sincero de dependencia y rendición.

Romanos 10:8–13 nos llama a una fe viva, confesada, valiente y accesible, que transforma al individuo y le recuerda a la Iglesia su misión: anunciar un Evangelio cercano, sencillo y poderoso, capaz de alcanzar a todo aquel que abre su corazón a Cristo.


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